Opinion

La emboscada del capitalismo desbocado

Un artículo reciente en el diario español El País con el sugestivo título “El capitalismo desbocado se abre paso en Venezuela” ha terminado de convencerme de que es necesario abrir un espacio de reflexión sobre lo que significa la aparente recuperación de la economía venezolana, y las consecuencias que ello tiene para la recuperación de la nación en su conjunto. Vale aquí una aclaratoria importante: recuperar la economía es, sin duda, un paso esencial para la recuperación de la nación, pero, y aquí hay un elemento vital en estas consideraciones al vuelo, no es ni de lejos el elemento único. El recobrar el espíritu libertario de nuestra gente, poder otra vez respirar espacios de democracia, creatividad y espiritualidad no controlados por el Big Brother chavista, tener nuevamente universidades pujantes,recuperar el respeto por el conocimiento frente a la improvisación prepotente del autoritarismo, y poder participar en el ejercicio ciudadano garantizado por nuestra Constitución, sin temer a la represalias del poder.

Cito una frase del artículo que recoge una opinión atribuida a Luis Vicente León:

“La economía —explica Luis Vicente León, economista y presidente de la encuestadora Datanálisis— se rebela contra el orden establecido más rápido que las propias sociedades. Lo que ocurre en Venezuela, como antes en China o Rusia, es que la gente ha buscado soluciones imaginativas al control y al intervencionismo del Estado. Cuando el gobierno ha tenido problemas por las sanciones y el aislamiento ha empezado a entender que montarse en esta tabla de surf que había construido la sociedad era más una solución que un problema. Y se montó”. Eso ocurrió exactamente con el dólar, que pasó de estar perseguido y demonizado a ser un garante de cierta estabilidad”.

León es uno de los principales exponentes de una opinión que ha ido ganando espacio en Venezuela y que podría resumirse en la siguiente frase “es necesario separar la economía de la política”. Con ello se alude a que la aparentemente insoluble polarización del país, y el fracaso de la oposición en llevar al gobierno de facto a una legítima confrontación electoral, no ofrecen ninguna esperanza de aliviar la profunda crisis económica y de servicios de la nación. Se arguye entonces que es necesario transitar los espacios de algún nivel de coexistencia con el régimen que le dé una traducción sostenible a la eventual mejora que se avizora con la suspensión de las sanciones internacionales sobre Venezuela, la aparente liberalización de controles y algunas iniciativas muy promocionadas  del régimen, como por ejemplo estimular el emprendimiento.

La separación conceptual y pragmática de la economía de la política, bajo el control de un gobierno populista autoritario, es una peligrosa ficción que juega a favor de la permanencia indefinida del chavismo en el poder. La permisividad y aparente liberalización del gobierno de facto, que solamente llega a un sector minoritario de la población, no incluye participar en política, un espacio reservado al chavismo. Ello se traduce, de una manera muy profunda, en que se está aceptando que para que mejore la situación económica del país es necesario deponer, en la práctica, cualquier iniciativa seria de recuperar la democracia y la libertad en Venezuela. Un episodio reciente que ilustra patéticamente los riesgos de la cohabitación ingenua con el régimen fue el nombramiento de los magistrados del TSJ. Se lo hizo de la manera más arbitraria posible y sin ninguna concesión a las fuerzas que están detrás del presunto intento de reconciliación del país y que abogan por reducir el espacio de enfrentamiento con el régimen.

Al margen de las decisiones de algunos grupos del liderazgo político y empresarial venezolano está la posición de desencanto y frustración de la gente respecto a las debilidades estratégicas y la profunda desunión de la oposición. Un ejemplo dramático de esa desunión fue la decisión reciente de un grupo de la oposición de avanzar un proceso de primarias.  Algo que debería ser sopesado y discutido a fondo, para que no hayan exclusiones y garantizar que quien salga electo candidato, a unas elecciones que todavía tienen solamente existencia virtual, sea reconocido y respaldado por todos los sectores de oposición, fue avanzado en un espacio no inclusivo, por decir lo menos. En este contexto, la idea de incluir una doble vuelta, si en algún momento se produce el esquivo consenso, no parece desacertada.

Únase a toda esta compleja situación la guerra en Ucrania que ha llevado a Estados Unidos a deponer muchas de las sanciones contra el régimen de Maduro, hasta el punto de que ya está en plena negociación una autorización a Chevron para restablecer relaciones comerciales y de explotación de crudo venezolano. El objetivo es muy simple: se trata de restarle un aliado importante, Venezuela, a Putin en el escenario internacional. Qué precio paga el anhelo de los venezolanos por recuperar su nación es materia de otras consideraciones, todo ello con independencia de que se mantenga un apoyo formal y declarativo al interinato.

Término por preguntarme: ¿Cómo serían las cosas de diferente si se articulara una narrativa clara de no a la cohabitación, a la par que se estimulan los espacios de reconciliación entre los venezolanos y de verdadera recuperación de la economía? Cohabitar ingenuamente puede terminar por traducirse en que el astuto Maduro gane nuevamente unas elecciones, en el momento que él decida, sin que el chavismo tenga que recurrir a ninguna trampa, que ya no se haya cometido, como por ejemplo excluir la posibilidad de que voten más de 10 millones de venezolanos, en la diáspora y en el país, como lo ha denunciado recientemente Súmate. El régimen no tiene ninguna razón para entregar absolutamente nada en las “negociaciones” de México. Esa es la verdad pura, simple y dura y una que nos debería llevar a reflexionar y actuar para no hundirnos en el pantano sin fondo de la desesperanza y la ficción de una recuperación económica, que no resuelve ni la pobreza, ni la exclusión social, ni el caos de los servicios públicos ni los costos pornográficos de la asistencia médica. Demasiadas cosas adversas para ser ignoradas en beneficio de un arreglo que lleva migajas a la población como un todo y constituye un bocato di cardenale para los privilegiados, dentro y fuera del régimen. No se trata de defender la absurda posición de que los venezolanos debemos ser pobres para rebelarnos contra el régimen. No. Es responsabilidad de quienes nos hicieron pobres reparar el daño causado. A esa causa es necesario contribuir, sin sacrificar la democracia y la libertad en el camino.

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