Opinion

La crisis del centro político y la pandemia de la polarización en las democracias occidentales

A veces las analogías con el comportamiento de los sistemas biológicos tienen la virtud de esclarecer conceptos e ideas sobre el comportamiento de las sociedades. Sigue una de ellas.

Como una peligrosa pandemia se extiende por todo el mundo occidental el peligroso virus de la polarización en dos variantes superficialmente diferentes, al tiempo que esencialmente similares. Una de ellas conduce al establecimiento de gobiernos y regímenes populistas y autoritarios de presunta inspiración izquierdista. La otra, igualmente peligrosa, no es estrictamente una batalla entre izquierdas y derechas, sino entre democracia y autoritarismo, este último con frecuencia transformado en una fuerza nacionalista. Son ya numerosos y muy preocupantes los ejemplos de una dinámica implacable que se traduce en el debilitamiento de la democracia y en una amenaza creciente contra la libertad de pensamiento y acción en las sociedades occidentales.

La primera variante del virus de la polarización ha afectado recientemente a Estados Unidos, Francia y España, por mencionar los tres casos más conspicuos. En estos países se ha ido dando un creciente proceso de fractura política y social que ha llevado a crecimientos importantes de la influencia de grupos tradicionalmente asociados a partidos conservadores, y a un territorio de franco enfrentamiento entre estos y los partidos asociados a causas liberales.

El caso de la gran democracia norteamericana, con el enfrentamiento paralizante entre los partidos Demócrata y Republicano, es especialmente preocupante porque Estados Unidos ha sido, durante períodos muy riesgosos en este siglo, el refugio de las ideas libertarias y un bastión contra las amenazas totalitarias que se cernían sobre el mundo occidental en los dos grandes conflictos bélicos del siglo XX.

Cosas similares se pueden afirmar del caso francés, donde sectores abiertamente conservadores asociados con Marine Le Pen formaron parte de una pinza, la otra rama era el movimiento populista de inspiración socialista de la Francia Insumisa de Mélenchon, para asfixiar a los sectores centristas de la política francesa, De hecho, Mélenchon puede terminar como primer ministro de una coalición impuesta por la debilidad política de Macron.

O el caso español, donde la indefendible alianza del PSOE con las fuerzas antisistema de Podemos, ha conducido a un renacimiento muy importante de la derecha tradicional, cuya manifestación más preocupante es VOX.

La segunda variante del virus de la polarización se expresa de manera endémica en Latinoamérica. En la época reciente este proceso ha conducido a una verdadero renacimiento de populismos carismáticos y autoritarios de izquierda. El caso emblemático, y en cierta manera el modelo original, es Venezuela y la captura del poder por vía democrática de Hugo Chávez y sus herederos.

A Venezuela le siguieron Nicaragua y Bolivia en rumbos abiertamente autoritarios, acompañado de triunfos electorales de variantes de fuerzas progresistas, socialistas o similares en México, Perú y, muy recientemente, Chile y Colombia. Por supuesto que el artífice intelectual supremo de todo este esfuerzo de avance de los ahora llamados progres en Latinoamérica, otrora revolucionarios, fue Fidel Castro, a quien debe justamente reivindicarse como un estratega excepcional y carismático del populismo autoritario en la región.

A este análisis puramente político no puede dejar de agregarse el hecho importantísimo de que varios de los regímenes autoritarios forman una alianza con grupos criminales y traficantes internacionales que han convertido el mapa de varios países en una verdadera red adaptativa compleja de poderes y bandas locales y regionales que compiten ventajosamente con el disminuido control institucional. Probablemente, el caso más dramático de este proceso de somalización sea Venezuela.

No es posible exagerar la importancia de la apropiación de la narrativa de la esperanza y el cambio que hacen los instrumentadores políticos de la polarización. La narrativa, las palabras y los mensajes, son herramientas vitales de la comunicación y el control entre humanos. La existencia de desigualdades, de discriminaciones, de exclusiones, de atropellos históricos con base racial, de género o religiosa, o cualquier motivo de resentimiento, son canales abiertos para que los líderes de la polarización se conecten con la gente.

Es por ello que combatir la exclusión y las otras causas del resentimiento, especialmente la pobreza, debe formar parte esencial del discurso y la práctica del centro político. De lo contrario, tenemos la batalla perdida, como ha ocurrido en varios países. El Manifiesto de Puebla y, antes, las declaraciones del Foro de Sao Paulo, deberían ser textos de lectura obligada para quienes deseen entender los alcances potencialmente devastadores de la captura de la narrativa de la utopía a manos de los progres.

Contra el riesgo de la polarización estamos llamados a actuar quienes creemos en la democracia y la libertad como valores fundamentales de la sociedad. La cohabitación con el autoritarismo de cualquier signo político, es un error gravísimo cuya corrección requiere de estrategias y acciones políticas claras que nos diferencien del populismo y el autoritarismo en las mentes y los corazones de la gente.

Eso exige, hoy más que nunca, pensamiento y acción política. Si no, terminaremos por convertirnos en simples y quejumbrosos perdedores eternos, señalando el poder del mal sin hacer lo necesario para enfrentarlo.

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