Fobétor en Venezuela, por Vladimiro Mujica
La traducción al inglés de ‘pesadilla’ es “nightmare”, un vocablo compuesto, casi poético, formado por las palabras night + mare. Un “mare” es una entidad maliciosa en el folklore germánico y escandinavo que cabalga en el pecho de la gente mientras duermen. A pesar del uso de la palabra cabalgar en esta descripción, no hay ninguna relación entre la “mare” de las pesadillas y la acepción moderna de la palabra “mare” en inglés que se traduce como yegua. La palabra pesadilla en español tiene un origen menos esotérico y, según el DRAE, es el diminutivo de la palabra “pesada” en una de sus acepciones en desuso: ensueño angustioso y tenaz.
En uno de mis sitios web favoritos para la búsqueda de información médica, el de la Clínica Mayo, me encuentro con lo siguiente sobre la palabra parasomnia: Los médicos se refieren al trastorno de pesadillas como «parasomnia», un tipo de trastorno del sueño que implica experiencias indeseables que ocurren al dormirse, durante el sueño o al despertar. Por lo general, las pesadillas ocurren durante la fase del sueño conocida como «movimiento ocular rápido» (sueño desincronizado). No se conoce la causa exacta de las pesadillas.
Sigo meditando sobre las pesadillas y recuerdo vagamente de mis tiempos de bachillerato, que en la mitología griega, Fobétor (del griego phobétor: ‘el que da miedo’) era uno de los oniros, los hijos de Hipnos, que personificaban los sueños. Fobétor aparecía en los sueños en forma de serpiente, pájaro o cualquier otro animal. Mientras su hermano Morfeo servía como mensajero de los sueños, él era el portador de las pesadillas y, ocasionalmente, solía representar sueños proféticos. De modo que Fobétor es, en cierto modo, un análogo del mares germánico.
Esta larga introducción sobre las pesadillas está indudablemente asociada con mi reflexiones sobre Venezuela y lo que nos está tocando atravesar como nación. Por un lado está la pesadilla interminable que acosa al pueblo venezolano desde la llegada de Chávez al poder, hace ya más de dos décadas. Bajo la máscara de una revolución popular que se suponía iba a corregir los legados de pobreza y corrupción de la mal llamada IV República, el régimen ha transformado a nuestro país en el más pobre del continente después de Haití, una tierra insomne donde se tortura y reprime a mansalva, como han terminado por reconocerlo tanto la ONU, como la OEA y la Corte Penal Internacional.
El último capítulo de la parasomnia nacional es el horrífico espectáculo de los náufragos de Güiria, más de 20 venezolanos, entre ellos varios niños, perecidos en el mar, tratando de huir de un país que se les había tornado invivible. Con todas las connotaciones que el término tiene, el régimen de Maduro es el gobierno del mal, inteligente, astuto y atroz para imponer su dominio sobre la población a través del hambre y el miedo.
Pero, al cataclismo del régimen del mal, se le une la pesadilla de una resistencia incapaz de unificarse y de actuar con una estrategia bien definida para enfrentarse al enemigo jurado del pueblo venezolano. Es difícil no indignarse frente al espectáculo de una hidra de varias cabezas que intenta desesperadamente tenderse zancadillas y morderse una a otra mientras los verdugos de Venezuela celebran su última trapisondada, el fraude del 6D para acabar con el último reducto de democracia, la AN.
Por supuesto que es necesario reconocer que Guaidó y el gobierno interino han mantenido una actuación digna y valiente en defender la soberanía del pueblo, que se expresó en la reciente Consulta Popular. Pero luego de cumplirse esa jornada épica, donde los principales actores fueron los millones de venezolanos, en Venezuela y en la diáspora, que se expresaron contra viento y marea, contra la represión, en medio de la pandemia y enfrentados a todas las trampas físicas y cibernéticas del régimen, ahora nos encontramos, nuevamente, en las arenas movedizas de la incertidumbre.
Por increíble que parezca, es de sectores de la propia oposición de donde surgen algunas de las más graves dudas y cuestionamientos sobre el carácter vinculante de la Consulta Popular y sobre quiénes son los destinatarios del mandato del soberano.
Cuando deberíamos estar evaluando cómo se emplean los resultados de la Consulta Popular para enviar un mensaje claro a todos los países democráticos del mundo, cuando el liderazgo de la resistencia debería estar construyendo una estrategia de reunificación de las fuerzas opositoras al régimen que pueda hablarle a todo el país, incluyendo al chavismo disidente, en fin, cuando deberíamos no solamente celebrar la participación popular como un acto de desafío cívico y ciudadano al régimen, nos encontramos sumidos en nuestras propias inconsistencias, en nuestros propios egoísmos, en nuestra propias agendas personales y políticas.
A espaldas del pueblo y su sufrimiento, se sigue haciendo la pregunta: ¿para quién es el mandato de la Consulta Popular? La respuesta es evidente e ignorada al mismo tiempo. El mandato del soberano es, en primera medida, para que el usurpador cese en su tropelía contra la Constitución. Lo es también para todos los poderes legalmente constituidos, es decir, la AN y todos los organismos nombrados por esta, lo que incluye predominantemente al presidente encargado Juan Guaidó. Y, por último, el mandato popular debe ser obedecido por cualquier sector de la nación, civil y militar, que se sienta convocado a la lucha por el restablecimiento de la Constitución, violentado por la acción del régimen. ¿Qué es lo que no está claro en el mandato del soberano? ¿Cómo se pretende llevarle nuestro caso al presidente electo de los Estados Unidos —nuestro principal aliado, independientemente de quién ocupe la Casa Blanca— si no hay claridad sobre la permanencia de la AN y el gobierno interino hasta que pueda haber una convocatoria a elecciones presidenciales y parlamentarias libres?
Los venezolanos no podemos inventar un nuevo liderazgo político. Tenemos la gente que tenemos y no les falta valor ni inteligencia. No ganamos absolutamente nada desacreditándonos entre nosotros mismos. Pero la sociedad civil, la ciudadanía de Venezuela se ha ganado el derecho de exigir a la dirigencia política que se reencuentre, que cesen las disputas estériles y prematuras por un poder inexistente. Que cese la disputa por una botella vacía.
La travesía de Fobétor por Venezuela nos ha resultado dura y difícil, pero como en todos los casos médicos de parasomnia, nuestra conducta durante el día contribuye a abrirle la puerta a las pesadillas en la noche. Hace 22 años, el pueblo venezolano, en medio de una equivocación fatal, le abrió las puertas del poder al régimen del mal, a su propio lado oscuro de resentimiento. Ese, nuestro error histórico primigenio que llevó a Chávez a Miraflores, lo estamos todavía pagando con sangre y sufrimiento.
Pero si ahora no logramos salir de Maduro y su régimen, a pesar de que cuenta con más del 80% de rechazo, como se evidenció en el fraude del 6D, es en buena medida por nuestra propia inhabilidad para ponernos de acuerdo.
¿Cómo le podemos pedir en buena conciencia a todo el mundo democrático que nos ayude cuando nosotros nos rehusamos a ayudarnos a nosotros mismos? Ayúdate, que yo te ayudaré, reza el proverbio bíblico, contra el régimen del mal y contra las tretas de Fobétor.